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España,plurinacional (LXVIII)

                España,plurinacional
                                               LXVIII.- Revolución en la Iglesia (3)
 
                Ante la tenacidad conservadora,la comisión arguyó no haber recibido la carta.Cuando se hizo evidente lo contrario,afirmó haberle llegado fuera de plazo,lo que se demostró igualmente falso.Como principal obstructor salió a la luz el obispo francés Achille Glorieux.Tras otros episodios semejantes,los conservadores lograron incluir algunas palabras sobre el comunismo,pero,como observó el obispo Sigaud,existe una diferencia entre llevar el sombrero en el bolsillo y llevarlo en la cabeza,aludiendo a la manera casi vergonzante de tratar la cuestión.El intento de una moción más tradicional fracasó.El episodio,aunque pudiera parecer anecdódico,indica el poder adquirido en la más alta jerarquía eclesiástica por los grupos propensos a un entendimiento con los seguidores de Marx y a la atenuación,por lo menos,del viejo antagonismo.Dentro de esos grupos variaba mucho,lógicamente,el grado de simpatía y de esperanza sobre la posibilidad de atraerse a los marxistas.
                En principio resultaba prácticamente imposible el diálogo entre una fuerza resuelta a extirpar la religión y a sus defensores,incluso mediante la liquidación física,como había demostrado una y otra vez,y quienes habían condenado de modo radical a esa fuerza.Desde luego,los marxistas no pensaban renunciar en lo más mínimo a sus posturas,por lo que el diálogo suponía fuertes concesiones de entrada por parte de los católicos.Implícita o explícitamente,los cristianos debían difuminar o incluso renunciar a la doctrina según la cual el comunismo sólo podía producir frutos venenosos,al negar de raíz la libertad y la dignidad humana.Los comunistas,bien advertidos de la situación y avezados a la lucha ideológica,desarrollaron tácticas de infiltración y utilización de esos talantes eclesiásticos.Nunca llegó a existir un verdadero diálogo,y los contactos nunca o casi nunca atrajeron a los comunistas a la religión,pero sí a bastantes cristianos al comunismo.
                Una cruda manifestación de la consiguiente crisis de conciencia eclesiástica,sobre todo en Iberoamérica y con fuertes ecos en España,ya en los años 70,fue la llamada Teología de la Liberación,entendida la liberación en términos socioeconómicos no lejanos a los propagados desde Moscú o Pekín.La prosperidad de los países ricos constituiría una brutal injusticia,un producto de la explotación de los países y las masas pobres,o,más propiamente,empobrecidos por la rapiña burguesa.En tal esquema la riqueza occidental no guardaba relación con los sistemas políticos que aseguraban el respeto a la vida,la propiedad y los derechos individuales,favoreciendo la iniciativa privada y dificultando la instalación de un poder tiránico.Los liberacionistas coincidían con los marxistas en considerar todo ello una fachada irrelevante,tras la que el sistema de explotación capitalista sumía en la miseria a la mayoría de la humanidad:la abundancia occidental hundía sus raíces en el hambre y las estrecheces del resto del mundo.De acuerdo con este enfoque,numerosos católicos defendieron las dictaduras izquierdistas del tercer mundo,o las guerras y la subversión lanzadas por partidos revolucionarios para instaurar dictaduras superadoras de las embaucadoras y declinantes democracias imperialistas.
                En la nueva orientación tenían gran ascendiente pensadores como J. Maritain,que durante la guerra de España había hecho lo posible por desprestigiar al bando nacional ante la Santa Sede y había apoyado activamente al PNV,con el que identificaba sin más al pueblo vasco.La doctrina de Maritain era por una parte democrática (propició la democracia cristiana),favorable a la libertad de conciencia y la separación de la Iglesia y el Estado,pero por otra parte introducía conceptos de tinte marxistoide sobre las clases dominantes y los oprimidos,acusando a la Iglesia,más o menos explícitamente,de haber apoyado tradicionalmente a las primeras en perjuicio de los últimos,mediante fórmulas como la alianza del trono y el altar.Esta concepción descubría un magnífico flanco al ataque de las izquierdas en general,y del marxismo-leninismo en particular,mellando el filo de la doctrina cristiana.Si ésta había tenido que adaptarse al progreso,era evidente que el progreso podía proseguir sin necesidad de la Iglesia.Y si ésta reconocía tan tardíamente su culpable connivencia con los explotadores,sólo podía deberse a la presión y avances de las izquierdas,y debía interpretarse como el comienzo de la definitiva bancarrota religiosa.
                La influencia española en el Concilio fue escasa.Los obispos hispanos,en su mayoría conservadores,se vieron sorprendidos por el cambio de rumbo,por la inatención a sus experiencias y por el escaso prestigio que les otorgaban sus mártires y su defensa de la fe.Los vientos del Vaticano soplaban en otra dirección.
                Desde su misma inauguración el Concilio fue una mala noticia para el gobierno español,uno de cuyos puntos básicos de legitimación consistía,precisamente,en la lucha contra el comunismo.De pronto se instalaba en círculos eclesiásticos la comprensión hacia el marxismo y la condena a Franco.La identificación del clero con el régimen se debilitó,y con ello el régimen mismo.Y ya no se trataba de pequeños grupos más o menos clandestinos de sacerdotes disconformes,sino de parte de la propia jerarquía,impulsada por Pablo VI y Dadaglio,su nuncio en España desde 1967.La cúpula de la Iglesia se renovó en buena medida y el trato entre ella y el régimen español cobró cierta frialdad,cuando no acritud.
                La Iglesia progresista hostil a Franco solía agitar la bandera de los derechos humanos,lo que contrastaba con su talante abierto hacia partidos tan dudosamente democráticos como los comunistas e incluso,como ocurriría,los terroristas de izquierda,y,desde luego,a los secesionistas.Todos éstos recibirían de este sector eclesiástico justificaciones ideológicas,cobijo en sus locales,facilidades para organizarse,y un amparo inapreciable frente a la policía.Muchas iglesias se convirtieron en centros de agitación política,para indignación del franquismo.Bastantes católicos y amplios núcleos eclesiásticos,en especial,pero no únicamente,los jesuitas,empezaron a marchar hombro a hombro con sus antiguos enemigos contra un régimen que había salvado literal y físicamente a la Iglesia de ser aniquilada por tan extraños aliados de última hora.
                Aparte del Concilio,1962 trajo otras conmociones al franquismo.Para empezar,la mayor serie de huelgas desde la guerra.Comenzadas en Asturias,se extendieron a Vascongadas y Galicia,y a algunos centros de Madrid y Barcelona,afectando a unos cien mil obreros.Aunque las reivindicaciones no pasaban de sindicales,la prohibición oficial de huelgas en España les daba automáticamente un tinte político,aunque involuntario en la mente de la mayoría de los obreros,y si bien fue en lo esencial un movimiento espontáneo,no dejó de percibirse en algunos casos la mano comunista.La huelga duró más de un mes,y el gobierno declaró el estado de excepción.
                La inesperada amplitud de la protesta hizo creer a diversos círculos políticos en la descomposición de la dictadura.Con esa impresión en junio se reunieron en Munich más de cien políticos e intelectuales de la oposición interna y externa (democristianos,socialistas,republicanos y monárquicos),dejando fuera a los comunistas.En el cónclave,con posible auspicio de la CIA,destacaron Gil Robles y Madariaga,así como Jiménez de Parga,Iñigo Cavero,Joaquín Satrústegui,Dionisio Ridruejo y otros.Todos pidieron el rechazo de la Comunidad Económica Europea (CEE) a la petición de ingreso de España mientras siguiera la dictadura.Ésta se lo tomó bastante a mal,y calificó la reunión de contubernio auspiciado por la masonería,con traidora presencia de derechistas que incluso habían luchado en el bando nacional durante la guerra,dedicados ahora a intrigar con los vencidos contra quienes habían salvado a España de la revolución.Los de Munich,a su vez,dando al régimen por agotado,deseaban neutralizar un muy probable protagonismo del PCE en la nueva situación esperada.Los del contubernio,aunque personalidades de relieve,carecían de fuerza social detrás de ellos.Unos sufrieron meses de destierro en las Canarias u otros sitios,y otros se sumaron al exilio,como Gil Robles,que lo hizo durante dos años.Hecho clarificador:el que fuera máximo líder de la derecha treinta años antes,y que tanto había contribuido a salvar las libertades en 1934,apenas despertaba atención dentro del país.
               

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