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España,plurinacional (LXVII)

                España,plurinacional
                                               LXVII.- Revolución en la Iglesia (2)
 

La reivindicación de obispos vascos y catalanes en las respectivas regiones iba a constituir un eje de la agitación nacionalista en los años siguientes.Sin exigir la retirada de los obispos vascos o catalanes ejercientes en otras regiones.

                Estos movimientos católicos solían mostrar respeto,cuando no simpatía,por el marxismo.Era un fenómeno aún muy minoritario,pero ascendente,que había de asentarse con fuerza en el seno de la Iglesia,en buena parte a través de la Acción Católica y de organizaciones obreras como la JOC (Juventud Obrera Católica) y la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica),o recreativas y regionalistas.Muchos de sus miembros derivarían hacia movimientos revolucionarios,incluso terroristas.
                A su vez los comunistas,en España y en otros muchos países,fomentaban los nacionalismos como cuñas contra las democracias capitalistas,por lo que pronto se anudarían relaciones entre unos y otros.Desde el final de la guerra mundial,los servicios secretos soviéticos habían diseñado una estrategia para cuartear a la Iglesia católica mediante movimientos como Pax,a partir de Polonia,que fomentaban las contradicciones entre el clero beneficiado con el calificativo de progresista y el tachado de integrista.La maniobra,de gran alcance,cobraría auténtica fuerza desde la segunda mitad de los años 50,coincidiendo con tendencias más espontáneas.
                La guerra mundial había terminado con el sometimiento de los países de Europa central y oriental a dictaduras de tipo soviético;en Grecia había estado a punto de ocurrir lo mismo,y en Francia e Italia los partidos comunistas constituían fuerzas poderosas.La década de los 40 terminaba,apenas cuatro años después de la segunda guerra mundial,con un nuevo y gigantesco éxito del comunismo,en cuyas manos caía la China continental.En sólo 32 años desde la revolución soviética de 1917 un tercio de la humanidad vivía en regímenes marxistas,mientras en otros muchos países los partidos de esa orientación conspiraban sin tregua para derrocar los sistemas existentes.En los años 50 Corea del Norte desafiaba bélicamente a los propios EEUU,y terminaba la prueba sin un claro vencedor,mientras el imperio francés doblaba las rodillas en Indochina.El final de esta década alumbraba el triunfo de Fidel Castro en Cuba,que pronto impondría un nuevo régimen marxista,haciendo de Cuba un foco de inestabilidad general en América.Además,los comunistas influían,cuando no dirigían,muchos de los movimientos anticoloniales que echaban a las potencias europeas de sus inmensas colonias en África y Asia.
                Esa expansión asombrosa,sin precedentes históricos de ninguna ideología,religión o sistema político,no llevaba trazas de detenerse en los años 60,cuando la guerra de Vietnam empantanó a la superpotencia USA,que conocería allí su primera derrota bélica.Y todo ello bajo la sombría amenaza de una guerra atómica.Hoy esos hechos parecen lejanos,pero sin recordarlos no lograremos comprender muchos movimientos de la época,entre ellos los ocurridos en España.Los sistemas democráticos europeos habían logrado controlar pasablemente a sus revolucionarios,debido,en muy alta medida,al apoyo de los EEUU,que había contrarrestado a los partidos comunistas,y estimulado la prosperidad de estos países mediante el Plan Marshall;pero,en conjunto,el comunismo aparecía como poder apabullante y a la ofensiva,frente al que retrocedían las democracias burguesas,con todos sus éxitos económicos y su potencia militar.
                Pero no todo el paisaje era sombrío.Pese a que las potencias europeas encajaban golpes demoledores a su prestigio e influencia en Asia y África,la pérdida de sus imperios no las había sumido en la depresión económica,contra lo esperado por muchos.Al revés,en los años 60 Europa occidental conoció el mayor progreso económico de su historia.Algo parecido,a escala mucho menor,había ocurrido en España después del desastre del 98,sólo sesenta años antes.Pero entonces España había sufrido una crisis psicológica,que las democracias europeas esquivaron gracias a su empeño en una creciente unificación económica y política,que no ha llegado,ni con mucho,a los Estados Unidos de Europa,con capital en Polonia,que yo pensé y deseé desde los años 50;y a la alerta ante un peligro comunista muy agudo,cuya conciencia apartaba el ánimo de consideraciones autocompasivas o autodestructivas,como las de la España del 98.
                La amenaza comunista despertaba voluntad de oposición,pero también una mezcla de sumisión,simpatía y colaboracionismo.Y no porque alguien pudiera ignorar las matanzas masivas de opositores en los regímenes marxistas,la aniquilación de las libertades no sólo políticas,sino también personales,la erección de sistemas policíacos asfixiantes,sin paralelo en la historia,y de una economía carcelaria:la propaganda comunista,extendida por todo el mundo,negaba o justificaba tales hechos,pero nadie podía llamarse a engaño al respecto.Bastaba a los europeos contemplar el muro levantado por la Alemania soviética en 1961,no para evitar la invasión del país,sino la fuga de sus desesperados súbditos.
                El filomarxismo cundía en muy diversos ámbitos,lo mismo entre intelectuales y artistas bien al tanto de que el comunismo les privaría de libertad creativa,que entre obreros cuyo nivel económico y derechos ciudadanos superaban de muy lejos los normales en los países sovietizados.Sin duda el poder fascina,y muchos se rendían psicológicamente ante la exhibición comunista de fuerza,seguridad,disciplina y fe fanática en un porvenir utópico,justificador de todas las miserias,sacrificios y crímenes del presente.Necesita todavía estudio el fenómeno de la colaboración con regímenes tales por parte de gentes distanciadas y hasta opuestas,por sus más obvios intereses,a la ideología de Marx.La Iglesia,desde luego,no escapó a esa inclinación,después de haber contribuido tanto a frenar los impulsos revolucionarios de postguerra,sobre todo en Alemania e Italia.
                La pseudocrítica de Jrúschof a los crímenes de Stalin (sólo a una parte de ellos,y manteniendo la ideología que los había generado),en 1956,incitó a diversos grupos eclesiásticos a proponer un diálogo con los comunistas para superar la incomprensión.Se creyó hallar puntos de contacto:¿no defendía el cristianismo a los humildes y denunciaba las injusticias de los poderosos?.¿No predicaba el despego de las riquezas?.Y la opulencia occidental,¿no contrastaba con la pobreza de muchos países?.Los comunistas afirmaban haber traído trabajo para todos y eliminado la miseria,y muchos querían creerlo.Frente a tal avance,¿qué contaban las libertades o derechos humanos burgueses,incapaces de impedir hirientes desigualdades?.Y si los comunistas propugnaban un materialismo agresivamente ateo,¿no exhibían los occidentales un materialismo práctico,haciendo del consumo el eje de su vida?.Así enfocado el problema,podía concebirse hasta una confluencia entre cristianismo y marxismo,y los cristianos debían plantearse si no habrían pecado de soberbia y de identificación con las clases dominantes en sus condenas a un sistema que tan arrollador avanzaba por el mundo,y tanta esperanza despertaba en las masas y en intelectuales muy distinguidos.
                Al lado de estas tendencias eclesiásticas crecían en Europa otras,sobre todo en Holanda,Alemania y Francia,para acercar la Iglesia a un mundo moderno que parecía darle la espalda.También comprensivas hacia el marxismo,éstas buscaban un cambio de orientación,sobre todo en cuanto a la moral sexual.
                Por supuesto,dentro de la Iglesia predominaba la línea tradicional,muy defendida por Pío XII,pero las grietas que se abrían movieron a su sucesor,Juan XXIII,a convocar un magno Concilio ecuménico,a fin de adaptar a la Iglesia a un mundo en rápido cambio (el aggiornamento).El Concilio se inauguró en octubre de 1962,y duraría tres años,la mayor parte de ellos bajo el nuevo Papa Pablo VI,pues Juan XXIII falleció en junio de 1963.A lo largo del Concilio pugnaron principalmente dos grupos de presión,la progresista Alianza Europea,luego Mundial,inspirada principalmente por obispos alemanes y franceses,y el conservador Grupo Internacional de Padres.Desde el principio los progresistas demostraron mayor cohesión y destreza de maniobra.
                Ejemplo merecedor de alguna atención por su interés para este estudio fue la moción sobre ateísmo y comunismo.Numerosos obispos,encabezados por el brasileño Geraldo Sigaud,demandaron,ya en 1963,que se expusiese la doctrina social católica con gran claridad,y se refutasen los errores del marxismo,el socialismo y el comunismo con fundamentos filosóficos,sociológicos y económicos.La petición quedó sin respuesta por parte de la comisión correspondiente.Pablo VI propugnó a su vez el diálogo en su encíclica Ecclesiam Suam,sin citar al comunismo.
                Un año después el obispo chino Yu Pin y otros más insistieron en señalar al comunismo como uno de los mayores,más evidentes y más desgraciados fenómenos modernos,que obligaba a tanta gente a soportar injustamente sufrimientos indescriptibles.El sector progresista volvió a dar la callada por respuesta.Salió a la luz por entonces un comentario de un periódico checoslovaco alardeando de la infiltración comunista en todas las comisiones del Concilio.
                Al año siguiente,en abril,un esquema propuesto oficialmente al debate eludía nuevamente la mención del comunismo.Una carta de 25 obispos denunció ese silencio,advirtiendo que así como a Pío XII le habían reprochado injustamente haber callado sobre la persecución contra los judíos,podría reprocharse al Concilio,y esta vez con justicia,su mutismo ante la opresión marxista,interpretable como cobardía o connivencia.La carta,firmada por 450 obispos,proponía reafirmar la doctrina tradicional sobre el comunismo.

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