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Litetarura filosófica (V)

No se niega en absoluto su diferencia, ya lo anota Santo Tomás: Se distinguen por su objeto y por su origen. El objeto de la razón es una proposición que se ve con evidencia el de la fe una proposición que no se ve con evidencia. El origen del saber es la inteligencia, el de la fe la autoridad de Dios que se revela. La teología es la síntesis de la razón y de la fe, su fin es penetrar intelectualmente las doctrinas de la revelación: La fe no suprime la razón sino que la supone[39]. Es criticada entonces la postura de Heidegger en este aspecto, pues se entiende que por la fe en Dios el hombre hace lo más razonable. La existencia de Dios no es primero racionalmente probada o demostrada y luego creída, cosa que garantizaría la racionalidad de la fe en Dios, antes bien, se trata de una racionalidad que no siendo externa es interna, capaz de proporcionar una certidumbre fundamental, en la aventura de confiar en la realidad de Dios el hombre experimenta, pese a todas las acometidas de la duda, la racionalidad de su confianza.

El problema de Dios no es objeto sólo de la razón o de la fe, sino del hombre entero, existente y concreto, no es una afirmación que se da de una vez para siempre sino que siempre se renueva. La fe en Dios jamás está asegurada contra el ateísmo pero tampoco inmunizada frente a las crisis por argumentos racionales invulnerables a todo ataque. De ahí que Heidegger se haya equivocado: Separó fe y razón, hizo diferencia entre el Dios ente supremo y creador y el Dios, ente crucificado, preparando así el camino a algo que no es Dios. Rechazó al Dios de la razón y al Dios de la fe. Tal vez si hubiese purificado la idea que tiene el hombre de Dios (como causa sui y como ente crucificado) y no eliminado a Dios mismo, lo hubiese encontrado y no se hubiera extraviado en un laberinto sin salida. La filosofía no debe callar ante el problema de Dios, no es totalmente inhábil.

No debe existir oposición entre fe y razón, pues en el drama de su oposición se han desarticulado y damnificado una ante la otra. El camino individualista de la razón la conduce a pseudo-cuestiones haciéndole perder su meta final, la fe privada de la razón se queda en el mero sentimentalismo corriendo el riesgo de convertirse en simple subjetivismo. Como se dice en la Fides et Ratio: A la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón.

No olvídese nunca las palabras de Agustín de Hipona: “El mismo acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento de la voluntad […] Todo el que cree, piensa; piensa creyendo y cree pensando[…] Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula” [40]

Dios no se esconde, se muestra, Cristo es la expresión máxima de la revelación de Dios, de la participación del hombre en la vida de Dios. La manera precisa de acceder a éste maravilloso misterio es la fe, pero un medio para hacerlo entendible y accesible es la interpretación y explicación que desde la razón se haga.

Nótese también que la falsedad no radica en la perspectiva desde la que se hable de Dios (teología, filosofía o experiencia de fe) sino que está en las implicaciones, rasgos y connotaciones que tenga ese “dios”. El verdadero Dios revelado en la tradición cristiana, sigue siendo Él mismo, su poder e infinitud siempre igual, a pesar de ser estudiado desde diferentes ámbitos, la diferencia entre uno y otro ámbito, es que en la filosofía es estudiado mientras que en la experiencia de fe es vivido. Sería un dios falso e inaceptable si las concepciones fuesen contradictorias y opuestas. En la teología cristiana y en la forma que se lo experimenta asiduamente no hay contradicciones: Dios es el ente supremo, cada ser humano es una criatura, en la oración y en el estudio metafísico así es concebido. Dios crea de la nada, ésta es la concepción del filósofo, para el hombre religioso Dios es el creador de todo porque en la Escritura ÉL mismo lo afirma. Entonces ¿Hay contradicción y oposición? De ninguna forma. Lo que el más insospechado hombre pueda experimentar de Dios en su oración diaria no contradice las afirmaciones del sincero teólogo y filósofo que intenta confirmar y señalar, más no demostrar la existencia de Dios.

Heidegger supo realizar una buena reflexión sobre la diferencia abismal que hay entre el dios del fideísmo y el dios de la metafísica, sin embargo, no se percató que lo falso no era esencialmente la naturaleza de Dios, sino la idea que se tiene de él. Heidegger quiso destruir la idea errónea que la humanidad tenía de Dios, para descubrir al verdadero, pero terminó abriéndole el camino a un dios creado por su sistema y que en consecuencia sería un imposible. Aquel dios, se equipararía al dios de la onto-teología, un dios al que es imposible rezar y adorar porque precisa de nuestra acción para salvarse a sí mismo.

Ya con el título se ha dicho todo, el asunto de Dios no está ausente en el sistema Heideggeriano, su idea marca cada paso que él da. Su propósito de renovación y purificación con referencia a este tema, lo indujo inexcusablemente a ciertas contradicciones que terminaron en el deicidio. La espera de Dios de la forma como la concibe Heidegger es tal vez la forma más capciosa del más profundo ateísmo.

Cómo nunca vislumbró la verdad del ser, nunca avistó a Dios. Su espera lo llevó a concebir la idea de un Dios que en realidad no lo es. Trivializó tanto el concepto de ser, que el mismo lo llevó a afirmar indirectamente la inexistencia de Dios, aunque su búsqueda religiosa afirmase lo contrario.

El error radica en su misma denuncia: La universalidad del ser, su indefinibilidad y su evidencia. Creyó que el ser, era una realidad fuera del ente, algo indeterminado y abstracto, ¿Cómo concebir el ser sin el ente? No es a partir del ente que entendemos el concepto de ser. ¿Cómo pensar la vida sin un ser viviente? Si hubiese buscado el ser a partir de la consideración del ser del dasein o del ser de Dios, tal vez habría encontrado una solución.

Sin darse cuenta, el inocente y tardío Heidegger logró de cierta manera realizar lo profetizado por aquél hombre a quien admiró con demasía, Nietzsche, pero culminó su existencia ilógicamente un 26 de mayo de 1976, a los ochenta y siete años con una ceremonia católica presidida por su sobrino sacerdote en el cementerio católico de Messkirch, por expresa voluntad suya.

Tras mutilar en vida la idea de Dios, muy seguramente la muerte fue su vuelta final a la fe inicial, el paso, con el que haya logrado alcanzar la cúspide feliz de su infatigable búsqueda del ser en un encuentro concluyente con el Ser supremo y fuente del ser.

Tanta referencia a la filosofía de la muerte sería quizás el esfuerzo por hacer triunfar a la misma y a sus promesas del más allá, por hacer triunfar a Dios, Señor de la muerte. “Más esto no lo sabemos”

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[1] Botero Uribe. Martín Heidegger, la filosofía del regreso a casa. Bogotá: Asociación editorial buena semilla, 2004. p. 17

[2] Kung, H. ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo. Madrid: Cristiandad, 1979. p. 668

[3] Ibid., p. 678

[4] Heidegger, M. Entrevista, la revisión partidaria. 1948. p. 511

[5] Kung, H. ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo. Madrid: Cristiandad, 1979. p. 680

[6] Heidegger, M. Ensayos y conferencias. Barcelona: Orbis 1989. p. 96

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