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Litetarura filosófica (IV)

Para concluir regístrese que Heidegger mantiene hasta el final la distinción entre el Dios de la teología, el del ente crucificado y el que pueda aparecer a partir de la iluminación del ser. Cerró por completo los caminos para encontrar a Dios en la filosofía, rechazó las pruebas de la existencia de Dios, pues demostrar que él existe es matarlo; y diferenció la poesía de todo discurso racional.

Lo que ahora conviene pensar es si lo que ha profetizado Heidegger se ha cumplido, o bien si otras perspectivas la han superado y corregido. Nótese que nunca logró formular la pregunta por el ser que tanto ansiaba, aún más, nunca obtuvo una respuesta sobre él; la tan preludiada superación de la metafísica tampoco se dio, ni tampoco el inicio de la época del pensamiento tautológico[36]. Ahora bien, valdría preguntarse con Martín y después de él: ¿EL cristianismo es totalmente contradictorio con respecto a la filosofía? ¿La fe y la razón son absolutamente antagónicas? ¿Es verdad que Dios o los dioses han huido o estuvieron y siguen estando presentes? ¿Es posible caminar desde el ser a Dios, o más bien lo contrario? Dicho esto, recuérdese siempre, que ni una ni otra son alternativas que se elijan como en un simple juego de niños, pues el hombre no es libre de tener un Dios o de no tenerlo, de poseerlo o de perderlo, de hacerlo alejar o llamarlo al encuentro, como tampoco es libre de seguir o no el camino de la filosofía. En ambos casos es la vocación la que disipa el problema, la fuerza del destino individual.

LAS TRABAS DEL DIOS HEIDEGGERIANO

Ya se dijo reiteradamente que el acontecimiento de la verdad del ser y del paso del último Dios lo prepara el hombre, pues éste debe decidirse a ek-sistir[37] para que estos acontecimientos puedan hacerse posibles. Así mismo sólo desde la verdad del ser, que permite que el ser del ente deje de ser la mera entidad para que pueda aparecer ante el hombre como lo que es, siendo asilo de incalculables posibilidades, entre ellas lo sagrado, puede aparecer Dios. Dios pues, no es el que decide cuando sucederá o no este suceso, él no tiene la capacidad de hacer emerger la verdad del ser y prueba contundente de ello es que hasta el día de hoy, el ser no se ha manifestado para permitir que surja lo sagrado, lo divino y el paso del último Dios. ¿Dios depende de la iluminación del ser y del hombre? ¿Cómo es posible que Dios necesite de “otros” para revelarse?

- Dios no puede salvar al hombre, puesto que para que “su simple aparecimiento” necesita del actuar del hombre

- Dios no puede aparecer, revelarse, manifestarse, no puede volverse fenómeno e interpelar al hombre por sí mismo, está supeditado a la vigilancia y precursamiento del hombre y a la yección del ser en el hombre y en los entes. Para que esto suceda depende de otros sucesos, de unas condiciones que ni siquiera él debe cumplir, sino que otros “deben o no” llevarlas a efecto. Sus señas de igual manera son indirectas, su voz, su llamado, es la voz mitigada del ser.

- Dios no puede doblegar el destino de la historia, porque este destino pertenece al ser y de él depende, aún más depende del hombre, si este no existe como Da-sein, los viejos errores de la historia jamás desaparecerán y la nueva etapa a la que la humanidad está destinada no empezará nunca.

- Dios es preso de la historia, sólo puede manifestarse en el instante en el que se cruzan el hombre y el ser, instante en el que comienza la nueva edad, el período del pensamiento tautológico.

- Dios no puede redimir la historia, sólo la verdad del ser preparada por el hombre puede hacerlo, él no puede salvar al mundo de la noche oscura y sacarlo del gran abismo, sólo los poetas pueden hacerlo.

- Este Dios, no puede manifestarse directamente al hombre, no tiene palabras para hacerlo, ni gestos; su voz es el silencio, pero este no exclama su grandiosidad, este silencio no es palabra, ni tan siquiera es su silencio, es del ser, del rehusamiento del ser.

El “dios de Heidegger” no es Dios. Tan cierta es su afirmación recogida en Identidad y Diferencia cuando se refiere a la inutilidad de las oraciones, sacrificios, cantos, danzas del temor y reverencia ofrecidas al Dios Causa Sui como la ineficacia e insuficiencia de cualquier acción de estas ante este dios que se revelará en la iluminación de la verdad del ser.

Pues ¿Es posible alabar, dar gracias, pedir perdón y suplicar a un Dios que está ausente y no puede por sus propios medios hacerse presente? ¿¿Es posible hundirse en la desesperación por haber ofendido a Dios, es posible guardarle temor y respeto a un Dios que depende del hombre para mostrarse? ¿Es posible caer de rodillas elevando súplicas de ayuda y si es preciso derramando lágrimas de amparo a un Dios preso de la historia, incompetente al momento de cambiar el rumbo de la historia? ¿Cómo es posible tocar con maestría instrumentos, alzar con majestuosidad cánticos inspirados y bailar desarrollando coreografías totalmente exactas a un Dios que no sea capaz de revelarse por sí mismo? ¿Es posible crear una serie de artificios para reunir miles de hombres que sigan a Dios, que lo imiten, si no se sabe que hay que imitar de él? ¿Es posible hablar y utilizar discurso altivos sobre él, si precisamente el no puede decir ninguna palabra? ¿Es posible construir grandes edificaciones para su morada si sólo a unos pocos puede hacer señas indirectas? ¿Es coherente confiar la salvación del hombre a un Dios que el hombre mismo debe redimir?. Seguramente éste no sea Dios, y sean fallidas las proporciones de Heidegger acerca de él, más que las de la teología acerca del Dios creador, pues ésta no sólo presenta claramente el error sino que además produce burla y lástima, burla porque es una necedad que algo sea Dios pero que necesite del hombre para salvarse y lástima porque si existe este ser, que pena que no pueda revelarse.

Quizás este Dios, no lo sea, tal vez no exista, y sea imposible danzar, rezar, cantar, alabar o caer de rodillas. Seguramente esto sea así. Esta es la impresión final que deja la lectura de Heidegger, un hombre al que no se le niega su actitud: el poner de relieve el destino del hombre bajo la égida del ser y le mantenga así en actitud de apertura frente a Dios[38], en un tiempo sin referencias trascendentales y dominado por la ausencia de Dios.

No obstante y con mayor importancia, dígase por y en contra de Heidegger que innegablemente la pugna entre fe y razón, entre teología y filosofía, ha marcado la historia de la humanidad. En ciertas ocasiones la primera se ha sobrepuesto por encima de la teología, en otras ocasiones ha sido la filosofía la sirvienta de la fe.

Sin embargo, se ha llegado a entender que no se contraponen, no son antagónicas sino que siendo como lo dice Juan Pablo II en la Fides et Ratio, las dos alas que permiten al espíritu humano elevarse hacia la contemplación de la verdad, se complementan la una a la otra.

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