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La deontología de un profesor de medicina

Naderías metafísicas
XXIX.- La deontología de un profesor de medicina

Don José Manuel Ribera es doctor en medicina y profesor en la cátedra de Patología,autor de Reflexiones sobre la propia muerte,que es el libro que ahora voy a comentar y resumir.
Yo no me quejo de que nuestra sociedad esté poco obsesionada con la muerte,y desde luego el médico lo es para prolongar la vida.Por supuesto,que ignoremos cuándo vamos a morir no es ninguna laguna de la ciencia biológica,y saber cuándo vamos a morir nos causaría angustia.Me congratulo que más de la mitad de los fallecidos en Europa superen los 75 años,y que el 68% de estas muertes no sean por imprevistos ni accidentes.
Indiscutiblemente,el médico debe saber más que el enfermo cuándo es posible que muera,pero no se lo debe comunicar hasta que la muerte aparezca inminente,y sin error de pronóstico.Y tal vez ni siquiera en estos casos.
Veo que este médico es algo o muy partidario de la eutanasia,tal y como se practica,y ya saben que no me gusta.Cuando un enfermo terminal dependa de la máquina no debe ser nunca el médico quien se oponga a ello,y tampoco la familia.Creo pues que los países desarrollados no deben practicar la eutanasia por motivos económicos,aunque casos de inconsciencia terminal muy prolongados permitan plantearse la eutanasia,si de veras al tiempo de enfermedad se une la convicción médica de que el estado es irreversible.
Los hospitales españoles,sin embargo,están enviando ya a casa a todo paciente al que se le administre terapia de urgencia normal,por grave que se encuentre.Y si bien la medicina debe aprender de la norteamericana cuanto pueda y deba,no deben ser las revistas médicas de los EEUU las que indiquen cuándo hay que informar al paciente de su posible muerte.
Tampoco se necesitan cátedras especiales en las facultades de Medicina para resolver estos temas,pues insisto en que el médico lo es para curar,y no para enterrar.Y lo mismo digo de los libros de texto,aunque indudablemente la información sobre su estado de salud de cada paciente corresponde al médico,y no a los humanistas.
No me parece mal lo de la mentira piadosa,pues un enfermo grave que sepa que va a morir se angustia.Y desde luego este tema,como otros muchos,no debe solucionarse con encuestas.
El enfermo tiene derecho a conocer la verdad,siempre que esa verdad no le perjudique.Ya he dicho,y lo repito para vergüenza de ese hospital,que el de Plasencia (Cáceres) nos comunicó la muerte irremediable de mi difunta madre cuatro años de que sucediera,y por supuesto mandándola a casa;y como fui yo quien la asistió en su muerte,debo asegurar que no habría muerto cuando murió si hubiera estado mejor asistida.
La verdad sólo es una,pero no creo que ningún médico esté en posesión de esa infalibilidad.Y,por supuesto,aunque por error el médico desahucie a su enfermo,si no le presta toda la asistencia técnica y farmacéutica que pueda,es mejor que se dedique a matarife de animales para el consumo humano de carne.
Me gusta pues que este médico defienda la tesis de que nadie obligue al médico a comunicar la verdad al paciente en situación que entrañe peligro de muerte,porque si el paciente está consciente,es el que mejor conoce su mal.
No estoy pues conforme con que “si el paciente afirma que desea conocer la verdad,sea cual fuere,tiene derecho a que el médico se la comunique”.Defiendo la praxis de la mentira piadosa,1)por cuanto el médico debe luchar por curar al enfermo,y 2)el enfermo tiene derecho a que verdades o errores no lo angustien más.
Es lógico que el anciano sienta la muerte más cercana que el joven,pues también reacciona ya peor biológicamente ante cualquier enfermedad.Me estoy refiriendo a pronosticar una muerte segura,y no a comunicar al enfermo si tiene o no cáncer,primero porque el enfermo siente las secuelas de su enfermedad,y segundo porque es necesaria la cooperación del paciente.Pero insisto en que lo grave es que un médico pronostique cáncer siendo tumor benigno,si bien hoy ya no es el caso,dados los progresos que existen en los análisis y biopsias.
Que sólo el 26,5 % de los venezolanos terminales quiera conocer su situación me parece normal,y no creo oportuno que este profesor cite al respecto a J.L Borges:“Yo apruebo el suicidio,aunque no les guste a los médicos y otra gente.Tuve muchos amigos suicidas,y creo que el suicidio no es un crimen.El hombre tiene derecho a disponer de su vida,tiene derecho a suicidarse”.
Hay que contar con la familia,pero siempre en beneficio del paciente.Y el médico,cuando lo necesite,debe obtener de la familia cuanta información pueda sobre su paciente.
Es comprensible,por razones económicas,que incluso un enfermo terminal permanezca en su casa,si no requiere de tratamiento y terapia especial en el hospital.
No hay que confundir técnicas de reanimación con técnicas de resucitación,pues se está llamando resurrección a prolongar la vida,aunque sea con máquinas.E,incluso en los casos más agudos,se debe aplicar la máxima del morir con dignidad.Sin admitirse intromisiones teológicas,para que nadie nos de sermones sobre la indignidad de morir con dignidad.
No voy a comentar los tres capítulos que este autor dedica a encuestas sobre la propia muerte,y no es mucho lo que añade en sus conclusiones.
Resumiendo,no es mucho lo que nos ha enseñado el profesor,en 125 páginas.

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