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Litetarura filosófica (I)

A continuacion le envio un escrito, me gustaria que lo leyerà y me de sus opiniones:

LA ESPERA DE MARTÍN: DIOS.

LA MANERA DE HACERLO: LA VERDAD DEL SER.

LA CONSECUENCIA: LA MUERTE DE DIOS.

Por Diego Ignacio Meza Gavilanes y Amilcar Palmezano[1]

Muy a menudo, se ha afirmado y no con total justificación que en el sistema Heideggeriano la cuestión de Dios no tiene cabida, aún más, dícese que nunca tuvo contacto con la religión. ¡Un gran error! sin duda. La acriticidad de éstos funda una ligera e inexacta interpretación, pues debe saberse, sin más, que la compañía de Heidegger debe concebirse a partir de su militarismo religioso.

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[1] Estudiantes del grupo de tercero de filosofía 2005. Resumen de la monografía como requisito al culminar la formación del ciclo filosófico. Trabajo a la cura de José Raúl Ramírez Valencia. Pbro. Profesor de filosofía.

Un atisbo que recaiga sobre los inicios de su pensamiento ayudará a esclarecer, la anterior proposición. La atmósfera de estricta tierra católica que reinaba en el ambiente familiar, impregnó la infancia y la juventud del pequeño Martín. Sin provenir de una familia ilustre, se crió en un hogar pequeño-burgués; en su casa no dominaban ni la necesidad ni la abundancia. Su padre era Friedrich Heidegger, maestro tonelero y sacristán del pueblo y su madre Johanna, estos transmitirían a su hijo una ferviente religiosidad. Este singular círculo católico haría que Heidegger se desempeñara como Monaguillo en el templo de su tierra. Se entiende por tanto, que éste fuera en su juventud un ferviente cristiano educado en magistrales instituciones católicas. Como alumno aplicado llamó la atención del párroco de San Martín, obteniendo la posibilidad de estudiar en las ya mencionadas instituciones, pero siempre como seminarista. Se habla incluso de su fallido intento de hacerse sacerdote, pues concibió el proyecto de ingresar a la Compañía de Jesús, la cual lo rechazó[1]. Otros hablan de una posible estadía, aunque mínima con esta comunidad religiosa[2].

En las épocas de la juventud trabó amistad con sobresalientes teólogos: Conrad Gröber, Karl Barth y Karl Braig; estos, además de introducirlo en los grandes temas de la metafísica y de inducirlo al estudio de los grandes escolásticos, llegaron a hacerle considerar seriamente la tensión existente entre la ciencia del ser y la teología especulativa.

Con razón escribió a kart Löwit en 1920: “soy un teólogo cristiano”[3]; en reiteradas ocasiones manifestó también que haría lo que sus fuerzas le permitiesen, con tal de realizar una determinación eterna del hombre interior, justificando así, su existencia y tal acción al mismo Dios; así como aseveró con sorprendente seguridad que su filosofía era un estar a la espera de Dios[4].

Sus inicios se dan dentro de la doctrina católica, sin embargo, durante la década de los veinte, abandonaría parcialmente esta institución. Algunos sospechan que hasta los 27 años se mantuvo ligado al mundo católico. Heidegger, llegó a repudiar excesivamente la dependencia económica de la Iglesia, de la cual había sido objeto, más aún, se sentía humillado por aquella.
El abandono del catolicismo por parte de Heidegger marca en totalidad su pensamiento. En efecto en una carta escrita a Engelbert Krebs el 9 de enero de 1919 manifiesta que no podía continuar adherido al sistema católico, refiriéndose con esto, al sometimiento a la autoridad de una Iglesia visible; sin embargo, nunca abandonaría su experiencia religiosa, Heidegger […] hasta el final de su vida continuó estudiando textos teológicos, siguió atentamente el debate sobre la infabilidad, desencadenado en el ámbito católico al comienzo de los años setenta y deseó expresamente un enterramiento eclesiástico –postura no del todo lógica-[…][5].

De esta manera se llega a la conclusión que Heidegger, no fue un filósofo que estuvo al margen absoluto de la religión, más bien, su pensamiento está influenciado en su gran mayoría por hombres que marcaron hito en el cristianismo, tanto católico como protestante: Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Dionisio el Areopagita, el maestro Eckart, Francisco Suárez, Soren Kierkeegard y el mismo Lutero, por ejemplo. Más aún, él mismo, dice expresamente: “sin esta proveniencia teológica jamás habría llegado al camino del pensamiento, proveniencia, para quien va más lejos, permanece siempre en el porvenir[6].

Siguiendo con la cuestión central, recuérdese el punto de vista de muchos filósofos e historiadores con respecto a la posición adoptada por Heidegger respecto a Dios: Jean Paule Sartre afirma que éste se encuentra entre los existencialistas ateos[7], Teófilo Urdanoz inquiere que esta filosofía es un “discurso de la ausencia de Dios”, un ateismo negativo[8]. Finalmente, no faltan los que aseguran que no es ni teísta ni ateísta[9].

Para hacer esta aproximación lo más conveniente será escuchar al mismo Heidegger, en la cual se ambicionará en lo que respecta, dilucidar e ilustrar cómo las intenciones y proyectos juveniles en referencia directa hacia Dios, tienen resonancia en el último período de su pensamiento: La Kehre.[10]. Añádase al respecto que sus reflexiones estarán siempre determinadas por el propósito de la teología dialéctica: La diferencia entre el Dios de la filosofía, producto de la razón, un “dios ateo” y el Dios revelado. Así mismo, se notará la influencia de los presupuestos de la teología apofática: Dios no se muestra se esconde, de El, el hombre nada puede decir.

CRÍTICA A LA ONTO-TEOLOGÍA.

Con este término se hace referencia a toda filosofía, que intenta comprender el ser del ente y no el ser mismo; es una dirección determinada que toma el pensamiento a partir de Platón. Es el convenio establecido entre la teología y la ontología tradicional, que ven en Dios el principio de todo, el fin hacia el cual toda cosa ha sido creada, lo más universal y lo absolutamente primero.

Este tipo de pensamiento, que funda la empresa de dominación del ente cuya consumación será la modernidad, cubre el más amplio período de la historia del pensamiento y corresponde en líneas gruesas, como ha quedado dicho, al platonismo y al aristotelismo, y, posteriormente, a la filosofía helenística, a la filosofía medieval y a la modernidad hasta mediados del siglo XX[11].

El Dios de la metafísica se asienta en la moldura entificante, esencialista, sistematizadora y fundacional instituida por el logos. Esta postura concibe a Dios como el ente supremo, como el ente máximo, como el ente increado; éste se convierte en la causa primera y final de todo lo existente, es el fundamento último de la totalidad de los entes, es la clave de bóveda, útil para descifrar toda la realidad, que no es más que una enorme construcción, diseñada a partir de un modelo jerárquico y esencialista. Esta es la causa en tanto que causa sui. Así reza el nombre que conviene a Dios en la filosofía[12]. Esta identificación es un perjurio del Dios cristiano, una estatuilla, una reliquia, una terracota, creada por el dinamismo subjetivista.

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